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Quedarse en su tierra

Pedro acabó de comer una sopa caliente, acto cotidiano que no terminaba de cobrar sentido en lo caótico de su travesía. Más tarde le ganó el sueño. Un sueño que hacía meses no le ganaba de esa manera. Y cayó profundamente dormido bajo las cobijas del albergue de paso.

Sara, unos meses después del sueño pesado de Pedro, planeaba dejar su país. Alguna vez había imaginado vivir lejos, rodeada de plantas y cantos de pájaros. Cambiaría el tráfico infame de su ciudad, los crímenes diarios, el abrazo de su familia y la comida con la que creció por una tierra más tranquila y llena de sorpresas. Era su idea.

Aquel día que Pedro concilió el sueño pesado, venía a él la imagen de sus propias manos humedeciendo un terreno del que brotaba una casa y, al fondo, junto al marco de la puerta, alcanzaba a adivinar una figura de un verde oscuro que le recordaba el olor de la selva por la noche.

Se dice que la boca del lobo está siempre abierta, hambrienta, voraz. Basta distraerse en el andar para ir directamente a ella. Sara, en un momento de distracción, perdió en la boca del lobo su confianza, su ilusión, sus pases de viajera, su firmeza y lo que le quedaba de certidumbre.

Las bocas de los lobos no tienen fondo. No tienen dignidad, no tienen rostro ni alma. No pueden amar ni vivir en paz. Siempre apestan. Siempre están malditas.

Pedro sueña que hay más como él. Aparecen más Pedros, más Migueles, más Leonoras, más Marías, más Raymundos, más Glorias, más Matías, más Esperanzas. Más y más personas como él que se juntan y de pronto suman miles, y renuncian a lo invivible, a lo insoportable, aunque eso implique arrancarse de su tierra y andar con las raíces al aire. Aunque implique también andar un camino minado de

bocas lobo.

Sara, despojada de sus ilusiones y de los pases de salida, se queda en su tierra. Un día, en medio del caos de su ciudad, ve pasar miles de personas delante de ella. Hay niños solos, hombres viejos, futuras madres, jóvenes, miradas con sed de futuro. Un hombre, dentro de aquel interminable desfile, desvía su mirada y se encuentra con la de ella.

Pedro camina con sus pocas pertenencias a cuestas cuando ve a lo lejos una mujer de cabellos oscuros y, de alguna manera, sabe que huele a la selva cuando es de noche.


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